Sherlock en Nueva York después de la caída de Reichenbach

 (Sherlock durante su estancia en Nueva York)

Después de haber fingido su muerte tras el previo suicidio de James Moriarty y haberle dicho a John que era un falso y todo había sido un truco porque nadie puede ser tan inteligente, Sherlock permanece en un motel del norte de Londres durante una semanas. No podía permanecer más tiempo en el país y tenía que exiliarse durante una temporada, pero no tenía los medios para hacerlo.

Una mañana se despertó en su humilde habitación de motel al oír unos golpes en la puerta. En un principio no abre, pero cuando oye al desconocido tras la puerta que iba en nombre de un amigo, se replantea el hablar, aún sin abrirle, y conseguir información. El desconocido, un hombre corpulento, trajeado y con un maletín negro, le dice que ese amigo sabe que necesita irse lejos, y le trae lo necesario y vital para que pueda hacerlo. Abre un segundo la puerta, le quita el maletín de las manos y le despide con una sonrisa falsa.

Al abrir el maletín, encuentra, tal y como le había dicho el hombre trajeado, los papeles necesarios para poder irse de Londres. Pasaporte, carné de identidad y currículum falsos bajo el nombre de Jonathan Smith, además un billete de avión. Esa misma mañana se pone en marcha al aeropuerto y se dirige al lugar que marcaba el billete: Nueva York. Su querido amigo anónimo no pudo elegir otro lugar menos ruidoso, pesado y bullicioso para Sherlock. Ya en el avión, volvió a coger el pequeño maletín y ver todo lo que tenía dentro. Miró con detenimiento los papeles y el currículum. Master en química y psicología, lo que podría darle algún empleo o por lo menos renombre para que no le agobiaran mucho si decidía irse a un hospital a hacer investigaciones y análisis. Había una nota que antes no vió en la primera revisión del material que contenía el maletín en el motel. Ponía ''Un favor por otro favor'', sin firmar. Sherlock dedujo al instante que era Irene Adler.

A pesar de estar lejos de Londres, también en el nuevo continente tuvo que salvaguardar su antigua identidad. Su nombre, acompañado de noticias, fotos, videos y todas esas cosas que hacían los medios de comunicación y los periodistas habría viajado por todo el mundo, y un nuevo nombre no sería suficiente para no ser descubierto, porque su muerte también habría llegado a oídos de todos. Recurriría a los sencillo, cambiando su forma de vestir, su peinado y poniéndose unas gafas, pero por dentro seguía siendo el detective asesor único del mundo Sherlock Holmes.

Se instaló en un pequeño apartamento céntrico también comprado por Irene, muy cerca del Metropolitan Hospital Center, donde trabajó en sus laboratorios. Las instalaciones no eran tan buenas como las del Barts, o por lo menos no estaban a su gusto, pero podía acceder a mucha información y experimentar todo lo que quisiera. A veces le gustaba pasear o estar toda una tarde en Central Park. Era de los pocos sitios a los que salía con regularidad y donde más tranquilo podía estar, huyendo del bullicio y ruido. Aprovechó también sus años en América para mejorar sus habilidades en el combate cuerpo a cuerpo.

Además de trabajar, Sherlock necesitaba saber qué ocurría en Londres. El hombre que le llevó el maletín a su motel en Londres fue el mismo que le mandó correos electrónicos con información y fotos de sus más allegados en Inglaterra. La señora Hudson, Lestrade, John y Molly fueron vigilados con cautela, y Sherlock podía seguir sus movimientos y asegurarse de que estaban bien y a salvo. Se enteró de que su madre había fallecido mientras él estaba América. Ahora su única familia era su hermano Mycroft, del que no quería saber nada por todo el asunto de Moriarty. Le vendió, y no podía evitar tener sentimientos de odio y decepción por sus actos. Ahora su verdadera familia eran los pocos amigos que tenía.

No hizo ninguna amistad ni nada parecido en Nueva York. De alguna manera había congeniado con algún compañero del hospital, pero nada comparable a John. Lo echaba de menos cada día que pasaba, y sabía que tendría que volver a Londres tarde o temprano, aunque el tiempo que pasara sería igual de doloroso para el doctor cuando se reencontraran. Este sentimiento de culpa, por mucho que le impresionara tenerlo, no se alejaba de él en ningún momento, haciendo que estar tan lejos de su hogar y de su inseparable y muy querido amigo le reconcomiera por dentro. El estar solo y en un sitio completamente nuevo le hizo recapacitar sobre esa nueva sensación que experimentaba su cuerpo: el tener sentimientos, el poder sentir algo. Todo esto fue gracias a John, aunque Sherlock sabía que era una desventaja para él. Los sentimientos eran debilidad, pero una parte de él, puede que su corazón, que llevaba años y años encerrado bajo llave y bajo una inmensa oscuridad, viera la luz porque John lo había hecho posible. Llegó a pensar incluso que de verdad, aunque fuera difícil de reconocer, sintiera algo más que amistad por John Watson, pero a pesar de ello, a pesar de que sí podía ser cierto, tenía que negárselo hasta que se olvidara de ello, porque no era posible, y lo hizo.

Llegó un momento en el que sentía que tenía que volver, que ya no podía permanecer más tiempo en Nueva York. Había sido una estancia agradable hasta cierto punto, tachando la gran cantidad ruido que pululaba por las calles y la inmensidad de una ciudad en la que no se sentía a gusto. No se cumplieron del todo tres años cuando Sherlock volvió a Londres. Se hospedó no muy lejos del centro, pero lo suficiente como para no ser reconocido, además de seguía con el look que llevó en Nueva York. Más de una vez se adentró en el cementerio donde habían puesto su tumba, y vio que John, a una hora muy exacta, todos los días, iba visitarlo. Sherlock siempre lo miraba de lejos, como la primera vez que fue a verla, cuando él todavía estaba en Londres y no sabía qué haría. De nuevo esos sentimientos afloraban, pero no podía permitirlo, así que volvía a olvidarlos día tras día, una y otra vez, hasta que por fin volvió a ser el Sherlock de siempre por fuera y le plantó cara. ''No has dejado de venir ni un solo día, John...'', fueron sus palabras cuando le plantó cara después de tres años.